viernes, 22 de octubre de 2010

"Los ojos, las ventanas del alma."



Época: Siglo XII a.C.

Lugar: Urisalia, poblado elfo del siglo XII.

Personajes:
*Candance - Elfa poseedora de la única alma.
*Ánima - El alma de Candance.
*Dios Dvasia - Dios de las almas.

Hecho o sentimiento que se explica: ¿Por qué los ojos son las ventanas del alma?


MITO:
Hace mucho, mucho tiempo, en un oculto y sombrío bosque a las afueras de Urisalia, convivía una pequeña población de desalmados elfos, crueles y carentes de sentimientos. Sin embargo, de entre todos ellos, una joven destacaba por su apariencia; de su mirada brotaba un centelleante fulgor, casi inexplicable en presencia de aquellos otros seres.

Candance, era una adolescente elfa, de ojos almendrados y rasgos delicados, visiblemente fuerte, aunque frágil y temerosa por dentro. Desde temprana edad, escondía un secreto en su interior, algo que, de ser revelado cambiaría el sentido de su universo.

A diferencia de los demás, Candance era poseedora de un alma propia, que la hacía vulnerable a sentir y con la que, recientemente, podía comunicarse. Ánima, el espíritu de la elfa, era el único en su esencia que se encontraba atrapado en el cuerpo de un humanoide, aunque, no por ello, se sentía encarcelado sino que, al contrario, deseaba aflorar los sentimientos y virtudes de aquel ser vagamente inexpresivo por naturaleza. A pesar de esto, Ánima ansiaba observar el mundo que se escondía a su alrededor, y en contradicción al pensamiento de la entidad que ocupaba, anhelaba hacer pública su existencia.

Hacía ya un tiempo, desde que la huésped había rogado a Candance que le permitiera ver el exterior. Como alma no lo necesitaba, pero sentía la curiosidad de admirar ese otro lugar que, por voluntad propia, había elegido para vivir. Era de esperar que la joven elfa aun no le hubiera correspondido, aunque las esperanzas de Ánima no se desvanecían, es más, su sentido común le confería la seguridad de que “el cuerpo”, acabaría por aceptar. Y como era lógico, la respuesta de Candance fue un sí. No podía dejar invidente a aquel ser tan extraordinario, aunque sabía a ciencia cierta que lo iba a presenciar no era del todo lo que esperaba.

Emocionada, Ánima buscó uno de aquellos instrumentos que permitían el contacto con el exterior. Primero, halló unas manos justas, si bien, su función no era exactamente la que suponía, así que continuó indagando el interior de ese cuerpo que, en un principio, le había resultado tan desconocido. Luego, encontró una boca tierna y comunicativa, pero, Ánima ambicionaba algo superior, algo más expresivo y fue entonces, cuando topó con aquellos dos ojos. Eran, bastante grandes y poseían un claro color miel, aunque no fue esto lo que llamó la atención del alma. Lo que realmente le fascinaba era el intenso brillo que desprendían y aún, mucho más, intuir que semejante destello era sólo debido a su presencia y al estado de ánimo que mostraba. Sin duda, serían estos los elegidos para asomarse al entorno que la rodeaba. Mas, cuando miró a través de ellos, el resplandor se apagó, quedando sumidos en una negrura intensa. No podía creer que aquellos seres, que acompañaban al cuerpo en el que habitaba, fueran tan insensibles y atroces, y seguidamente, cayó en la cuenta de que ella, era la única alma existente en ese mundo.

Sin embargo, su optimismo era mayor que su decepción, y no tardó en ir a buscar al Dios Dvasia, dios del espíritu, a quien imploró que convenciera a otras almas de lo admirable que resultaba ese lugar. Dvasia, confiaba plenamente en Ánima, admiraba su valentía y tesón, y por ello, no podía negarse a cumplir el preciado deseo. Gracias a sus inestimables poderes, el bondadoso Dios logró cambiar el pensamiento de las almas, quienes, apresuradamente, abandonaron su libre y místico mundo.

Poco demoraron en llegar; atraídas por las maravillosas cualidades de las que les habían hablado. Cada una se alojó en “el cuerpo” con el que más parecían relacionarse; las inocentes en los niños elfos, las sabias en los ancianos… todas acabaron adentrándose en una entidad, una entidad que, a partir de entonces, cobraría vida y sensibilidad. Al igual que Ánima, las demás almas quedaron conmovidas por la expresión que poseían los ojos. Aquellas miradas perversas y turbias cambiaron de un momento a otro con el asentamiento de los espíritus, mostrando intensos colores y una brillantez similar a los de Candance. Aunque, claro, esto no era lo más importante; los ojos tenían la capacidad de hacer brotar los sentimientos internos, sin dejar cabida a la mentira, y era esta sinceridad, la que despertaba el interés de las almas.

Evidentemente, esta esencia intangible, debía comunicarse a través de lo algo material, y qué mejor que una mirada para hacerlo realidad. Por esta razón, y desde aquel instante, los ojos se convirtieron en las ventanas del alma, y su semblante, en el reflejo del propio sentir.



Rosa J. T.P.
C.Acad.: 2010/2011.

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