viernes, 29 de octubre de 2010


Záphiro y Alhina.

Personajes:
• Zarco: Dios supremo y señor del firmamento.
• Alhina: Hermana de Zarco.

• Záphiro: Dios de mares y océanos.

• Ezael: Dios del sol.


Época:
sobre el 1.200 a.C


Hecho que se explica:
creación de las estrellas y la luna y la influencia de esta última sobre el mar.


Zarco, dios supremo y soberano del cielo, vivía en su palacio, situado entre la tierra y el sol, en compañía de su esposa, Sehrena. Era alto y fuerte, sus cabellos eran rubios y sus ojos, celestes, brillaban como el astro rey. Los días transcurrían felices y en paz, el amor que ambos se tenían inundaba hasta el último rincón del universo y, gracias a la felicidad que Sehrena le provocaba a Zarco, los cielos permanecían despejados y el sol brillaba sobre la tierra. Pero esta felicidad llegó a su fin. Zarco ansiaba tener un hijo, sin embargo, su amada jamás pudo darle uno. El dios entristeció y el cielo se tiñó de gris, las nubes no dejaban que penetrara la luz del sol, llovía sin cesar sobre la Tierra […]
Alhina, era la menor de cuatro hermanos, y uno de ellos era Zarco. A pesar de lo joven que era, poseía una gran inteligencia y tenía un don increíble para la música. Sus cabellos, blancos como la nieve, brillaban como la plata y le llegaban a la cintura. También su piel era pálida, tersa y suave. Sus ojos, por el contrario, eran oscuros, profundos, mas no dejaban de ser dulces y llenos de ternura. Era preciosa y tan delicada como hilos de cristal. Alhina jamás había tenido un hogar. Vivía feliz en los campos disfrutando del sol, dejándose acariciar por sus rayos, tendida sobre la hierba, siendo arrullada por la brisa.

No es de sorprender que la diosa se extrañase tanto cuando se percató de que los días se volvieron tristes, de que el sol no tocaba su piel. Odiaba que las nubes le robaran el calor del sol del que tanto disfrutaba, y, cuando ya no pudo soportarlo más, decidió ponerse en marcha para ir a ver a su hermano a sus aposentos. Llegó. Su hermano la reconoció al instante, porque a pesar de que no la veía desde que era una infante, siempre la observaba desde sus posesiones y velaba por ella. Sonrió y la abrazó. Pero aún así Alhina pudo ver la tristeza en los ojos de Zarco, esos ojos un día azules ahora se habían tornado grises. La diosa cogió las manos de Zarco entre las suyas y le pidió que devolviera la luz a la Tierra. Suplicó y rogó a su hermano pero se dio cuenta de que estaba siendo egoísta al pensar sólo en su bienestar y no ponerse en el lugar del dios. Decidió entonces quedarse a vivir con él. Si Zarco había sonreído al verla, significaba que algo de felicidad podía ofrecerle a su hermano con su presencia, y así, a lo mejor un día, la tristeza se iría para siempre del corazón del dios.
Pasaron los años y Zarco recuperó la felicidad de antes. El sol volvía a brillar sobre la superficie de la Tierra, las plantas florecían, los pájaros cantaban, todas y cada una de las criaturas agradecía el hecho a su manera. Zarco cuidaba de Alhina como si fuese su hija y ésta no quiso ya volver a sus campos, al fin tenía un hogar y se sentía protegida al lado de su hermano. […]

…Por otra parte, Záphiro, dios de los océanos, también se había molestado con el hecho de que el sol no brillase en sus aguas. Cuando se despertó una mañana y vio que sus mares estaban de nuevo bañados por la luz ámbar del sol, decidió ir a ver a Zarco para darle las gracias. Záphiro era casi tan alto como Zarco, pero su pelo era oscuro, y sus ojos tenían el color de una joya, parecían dos enormes zafiros en mitad de su cara. Era educado y tranquilo, pese a que poseía una gran fuerza, y gozaba de infinita sabiduría. En la entrada del palacio, llamó a la puerta, y cuando ésta se abrió, Záphiro jamás pudo haber imaginado lo que estaba a punto de suceder. La mirada del rey de los océanos se encontró con la de la joven y bella Alhina. La diosa pudo sentir amor por cada centímetro de su ser, jamás había visto a nadie tan hermoso como el dios que tenía delante. Záphiro, sin poder desviar la mirada, no evitó el impulso de acariciarle el rostro, con delicadeza. Parecían llevar toda la vida esperándose, con ese amor que les unía, reservándolo dentro de sí, y que, al verse por primera vez, ese amor se desató en cascada inundando sus seres.
Fueron muriendo así los días y Alhina nunca había sido tan feliz. Se amaban infinitamente. Aun así, no todos estaban contentos con dicho amor. Ezael, era un dios caprichoso. Poseía una gran astucia y estaba dotado de una gran inteligencia, pese a ello, era impulsivo e iracundo. Infinitas mujeres pasaban por su lecho cada noche. Disfrutaba con el arte de la seducción, aunque éste se había vuelto fácil y aburrido, puesto que las féminas a las que cortejaba se rendían fácilmente ante sus rasgos varoniles.
Ezael, dios del sol, se había encaprichado de Alhina. Solía acariciar su cuerpo cuando ella pasaba las tardes tendida en el campo, sin embargo, hacía años que Alhina no aparecía y el dios la había dado por perdida. No obstante, le llegaron noticias al dios de que habían visto al objeto de su deseo a las orillas del mar, con Záphiro. Cegado por la cólera el dios bajó a la Tierra y, tomando a Záphiro por sorpresa, le lanzo una maldición. Dicha maldición dictaba que Záphiro debía permanecer en el fondo de los mares por siempre, permanecería solo y nadie jamás podría encontrarlo.
Alhina, rota por el dolor, no podía dejar de llorar. Su mundo se rompió en cuestión de segundos, sintió la desesperación de ver desvanecidos todos sus sueños e ilusiones. Sumida en el miedo que le infundía el dolor de no volver a ver a Záphiro, se lanzó a los mares sin pensárselo. Buscó durante meses a su amado sin éxito alguno. Pasó el tiempo y el cuerpo de Alhina había quedado sumido en un estado de profundo sueño, flotando en la superficie de los océanos, siendo arrastrada por las corrientes, aislada de contacto con el mundo. Igualmente, su hermano podía oír su llanto aún. Zarco, conmovido, y destrozado también, al ver la desgracia que había caído sobre Alhina, descendió de su trono y, tomando el cuerpo de su hermana entre sus brazos, la sacó del agua. Atrapó todas sus lágrimas con sus manos y las lanzó al cielo, donde permanecen a día de hoy en forma de estrellas. Con cuidado, le extrajo el corazón del pecho, el cual estaba débil y congelado, y lo colocó en el cielo nocturno. Durante el día, podemos ver el astro de Ezael, el sol, y cuando éste se esconde, vemos aparecer el corazón de Alhina, la luna. Záphiro, desde su prisión no deja de intentar reunirse con su amor de nuevo, y así nace el efecto que conocemos como la marea, el cual no es más que Záphiro, que sigue vagando en las profundidades de los mares intentando alcanzar el corazón de su amada.


Clarisa P. S.S.

Curso 2010 / 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario